16 de noviembre de 2013

Piedras y ofrendas



Doña Pepita va todos los domingos a Misa. Ella tiene buenos chavos y cada vez que puede lleva a la Iglesia alguna ofrenda. Ella fue la que donó la pila bautismal, la imagen de San Judas Tadeo y el Sagrario dorado y plateado que tenemos en el Templo. Doña Pepita es buena mujer –dice el sacerdote-, porque colabora mucho con la parroquia. Todo el mundo admira a Doña Pepita porque se preocupa de “las cosas de la Iglesia” y ofrece lo mejor para el Señor.
Doña María es una mujer muy humilde, que tiene pocos recursos para vivir. Cuando va al templo lo que hace es sentarse en el banco. Su oración de cada día es muy sencilla: “Señor, ya tú sabes”. Nunca ha podido hacer ninguna donación a la Iglesia. Ah bueno, sí, ella se dona a sí misma y visita enfermos de la comunidad llevándoles una palabra de ánimo y leyendo con ellos la palabra de Dios. Toda la gente quiere mucho a  Doña María, porque ven que ella es buena y se vuelca por los demás.
¿Cuál de las dos actúa correctamente? –Desde luego que las dos hacen aquello que está en su mano y colaboran con aquello que pueden. Pero si leemos bien el Evangelio de este domingo, lo que nos salvará no serán las piedras o las ofrendas. No nos van a salvar los objetos, las cosas externas. Lo que realmente nos dará felicidad plena serán las cosas que salen del interior.
Dicho de otra manera: nuestra parroquia puede estar muy bonita externamente, tener un jardín precioso, una oficina decoradísima o poner en el templo los manteles más lindos, pero eso no será lo que dé auténtica belleza a nuestra parroquia.
Una parroquia para estar bella tiene que tener bellas personas. Una parroquia para estar limpia tiene que tener personas limpias por dentro. Una parroquia para verse reluciente tiene que sacar brillo a los corazones. Una parroquia para que desprenda buen olor debe preocuparse por que las personas se llenen de buenas obras.

¿Quieren una parroquia bien linda? –Pues ya saben…

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