21 de junio de 2013

Ganadores y perdedores


Casi todas las semanas podemos ver por televisión algún partido de cualquier deporte. En unas ocasiones es el baloncesto, en otras es el beisbol, en otras el voleyball, el fútbol o el tenis. El caso es que si nos fijamos los deportistas están hechos para ganar, para ser los mejores y triunfar realizando aquel deporte que muchos de ellos practican desde pequeñitos.
Cuando ganan no hay problema, se sienten orgullosos, sonríen, levantan las manos en señal de victoria y dedican sus triunfos a todos sus seguidores. Además, saben que al día siguiente serán portada de todos los periódicos nacionales e internacionales, y que sus nombres serán grabados con letras de oro en la historia del deporte.
Pero cuando pierden cambian las cosas. Algunos hunden la cabeza, se quedan mudos y derraman lágrimas de frustración e impotencia. Saben que al día siguiente no saldrán en las portadas de los periódicos, y que, al no haber vencido, sus nombres no pasarán a la historia del deporte.
Pues bien, ante ese ambiente que se mueve en el deporte, y en algunas cosas más de la vida, viene Jesús y nos dice que el que quiera ganar debe perder. Sí, sí, que quien quiera triunfar en la vida y salvarse, debe perderse a sí mismo.
Y es que Jesús, una vez más, no sigue los esquemas del mundo. Resulta que en el Reino de Dios los que saldrán en los titulares serán los tristes, los pobres, los perdedores, los excluidos, los que no han tenido oportunidades en este mundo, los que son matados por defender el evangelio.
¿Quién quiere perder su vida y todas las cosas que tiene? ¿quién está dispuesto a renunciar a la comodidad? ¿quién está dispuesto a dar su vida por el evangelio? –Difícil, ¿verdad?
A los primeros discípulos les costó entenderlo. Y a nosotros, después de muchos siglos, nos cuesta entenderlo también. Quizá cuando estemos en el Reino de los cielos, podamos comprenderlo totalmente.

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