31 de mayo de 2013

Bla, bla, bla...


“Una palabra tuya y mi siervo se sanará” –esas son las palabras que le dice el Centurión a Jesús cuando le pide que cure a su siervo. Aquel hombre confiaba plenamente en Jesús y en “SU PALABRA”. Se ve que Jesús era una persona de Palabra.
Muy distinto a lo que nos encontramos muchas veces en nuestra sociedad: los políticos hablan y hablan (bla, bla, bla…), sueltan enormes discursos y luego no hacen nada. Sólo tenemos que recordar al fallecido Hugo Chaves que podía tirarse más de 10 horas en televisión soltando un discurso e intentando convencer al pueblo venezolano de muchas cosas, o recordar al envejecido y “acabado” Fidel Castro que se sabía cuando tomaba el micrófono pero no cuándo lo soltaba… Nuestros políticos, los e nuestro país, también son amigos de la palabra vacía, de las promesas incumplidas, de los discursos huecos.
Podemos fijarnos también en algunos medios de comunicación (bla, bla, bla…), ¡cuántas palabras, Dios mío! Para no decir nada en muchas ocasiones, para manipular la información y para contarnos solamente desgracias y penas.
Podemos fijarnos también en la cantidad de anuncios que continuamente echan por televisión (bla, bla, bla), donde con bonitas palabras quieren convencernos de que compremos tal o cual producto.
¿Y al final de todo eso qué? –Nada, palabras y palabras.
Jesús es diferente, tiene PALABRA, cumple con lo que dice. Por eso, el centurión cree en Él y en su Palabra, porque sabe que se puede fiar.
Sin embargo aún nosotros, a pesar de que sabemos que una sola Palabra de Jesús puede salvarnos también, en muchas ocasiones damos más crédito a las promesas de cualquier anuncio de televisión, a las noticias de cualquier medio de comunicación o a las palabras huecas del político de turno.

Bla, bla, bla…

22 de mayo de 2013

Un contrato indefinido



Hace unos días estuve en una Conferencia que organizaron diferentes Fundaciones e Instituciones de este país que trabajan por la niñez más vulnerada.
En la comida compartíamos mesa con otras instituciones. En un momento de la comida nos pusimos hablar de dónde trabajábamos, lo que cada Fundación realizaba con la niñez y cuáles eran nuestros proyectos a corto plazo.
En un momento de la conversación, una de las muchachas, al adivinar por mi acento que yo era español, me preguntó: "¿y usted cuántos años de contrato tiene para estar con su organización en nuestro país?"
Sonreí, la miré y le dije: "soy sacerdote, mi contrato es indefinido". Ella quedó algo cortada, quizá por el respeto y admiración que aquí se le tiene a los sacerdotes, o porque no se imaginaba que yo lo fuese, no lo sé.
Más allá de su reacción, la pregunta de aquella muchacha responde un poco a lo que nuestra sociedad institucionaliza: vivir algo por un tiempo, comprometernos durante una temporada, servir a los demás mientras quiera... Pero, ¿y qué hay de los compromisos a largo plazo? ¿de los contratos indefinidos? ¿de la apuesta por algo para toda la vida?
Lo vemos reflejado en los matrimonios (la gente prefiere juntarse y no casarse por si acaso...), lo vemos reflejado en la vida laboral (hoy trabajo aquí, mañana allí...),...
Aún recuerdo lo que me dijo Juan, un compañero de universidad cuando yo andaba estudiando Educación Musical, y que se sorprendía que yo fuera sacerdote: "Santi, está bien que seas sacerdote y fraile y todo lo que tú quieras, pero hombre... para toda la vida es un poco exagerado. Sería mejor que estés ahí unos añitos y luego te salgas y te busques una muchacha y tengas unos hijos...". Mi amigo Juan tenía otra mentalidad, su concepción de la vida era otra, pensaba en los proyectos a corto plazo, pero no se planteaba algo para toda la vida.
Creo que vivimos en un momento en que no se valoran los proyectos a largo plazo, se busca vivir el momento y disfrutar al máximo cada minuto. Es bueno que los jóvenes de hoy piensen y busquen "contratos indefinidos" que a la larga pueden darles mayores satisfacciones.

17 de mayo de 2013

Una auténtica Graduación



Estamos en época de exámenes, de pruebas finales, de pruebas nacionales y de graduaciones… En el ambiente se respira cierta tensión y nervios entre los estudiantes que no quieren quemarse, que quieren pasar la materia y el curso. Durante un año entero se han estado preparando para llegar ahora al final y demostrar al profesor y a sí mismos todo lo que saben y todo lo que han aprendido.
Pues bien, lo que vivieron los discípulos el día de Pentecostés fue algo similar, Sí, así es. Les explico:
Ellos estuvieron preparándose con Jesús el Maestro durante los tres años de predicación de Éste. Escucharon de cerca la palabra que Él les dirigía, tuvieron la oportunidad de preguntarle lo que no entendían, de fijarse de cerca en las cuestiones más importantes.
Pero cuando Jesús asciende a los cielos, los discípulos ya se quedan solos, sin el Maestro, y es ahí que comienza la verdadera prueba. Ellos deben demostrar lo que han aprendido a su lado para que también ellos se conviertan en pequeños “maestros de la Palabra”.
Y eso ocurre precisamente en Pentecostés, que con miedo, pero con ilusión y fuerza, deciden arrancar y salir al mundo a predicar el mensaje de un Cristo que ha vivido con ellos y ha resucitado.
En Pentecostés los discípulos se gradúan, y como cualquier estudiante universitario que acaba su preparación, salen a la calle a cumplir con su misión, a ofrecer lo mejor a la sociedad y construir un mundo más habitable para todos. Los que se gradúan sienten miedo por lo que les espera en el mundo, pero también experimentan dentro esa pasión por dar a conocer y practicar todo lo que han aprendido. Así mismo se sentían los discípulos: con miedo, pero apasionados por todo lo bueno que les estaba esperando en el mundo al ser ellos mismos también “maestros de la Palabra”

14 de mayo de 2013

Las jóvenes embarazadas molestan al Sistema Educativo Dominicano


Ya lo he dicho en otras ocasiones, pero en este país hay tres turnos de estudio en las escuelas, colegios y bachilleratos: el de la mañana, el de la tarde y el de la noche.
El de la mañana y la tarde suele responder al reparto equitativo de estudiantes, aunque considero que son horas insuficientes (en cada uno de los turnos) para recibir una educación digna y de calidad, pero bueno, eso es otro tema.
El problema mayor lo veo en el de la noche, donde se congregan los "indeseables" (y perdonen la expresión, pero responde a la realidad). Al nocturno van aquellos que son pésimos estudiantes, que el sistema ya no sabe qué hacer con ellos, que han fracasado en su itinerario educativo, que tienen serios problemas de conducta, o aquellas muchachas que han quedado embarazadas.
Y quiero fijarme en éstas últimas, chicas que a temprana edad (13, 14, 15 años...) han quedado embarazadas y se les niega la posibilidad de tener una educación digna, porque en un momento de su vida han cometido un error y no han tomado las precauciones para no quedarse embarazadas. En muchos de esos casos, las muchachas son buenas estudiantes que se han dejado llevar por la libido en un momento determinado. Yo no voy a justificarlas, pero sí creo que un sistema educativo no puede ser tan discriminativo y debe buscar otras soluciones más integradoras y menos perjudiciales para la mujer. A ellas se les aparta de los turnos de mañana y de tarde porque no dan buena imagen y son un mal ejemplo para sus compañeros. Y sin embargo al que va a ser el papá de la criatura no se le manda al nocturno. ¿Acaso eso es machismo? -lo es.
Vivimos en una sociedad hipócrita que continuamente incita al sexo de usar y tirar, a disfrutar de la vida y todos sus placeres, a presentar que la mujer ideal es la que tiene más hombres persiguiéndola, pero que al mismo tiempo aísla y aparta a aquellas que se han quedado embarazadas, siendo muy jóvenes, y que, con gran madurez, deciden seguir adelante con la vida que se está gestando en su interior.
Yo sé que este escrito no va a cambiar nada el sistema educativo dominicano a ese respecto, pero al menos, podemos ser un poco más conscientes de que ese tipo de medidas no ayudan a la muchacha que espera un bebé.

10 de mayo de 2013

Una despedida especial



Muchos de ustedes ya saben que yo tengo un tío mercedario que lleva más de 40 años en Brasil, donde ha dado toda su vida al servicio del anuncio del Evangelio. Recuerdo con mucho cariño aquellos veranos en que él venía y me llevaba de un lugar a otro, en los que yo me convertía en su “monaguillo” y compañero inseparable. Pero también recuerdo el momento triste en el que iba al aeropuerto con mi papá a despedir a mi tío. Para mí era muy duro, porque se me iba un amigo al que no volvería a ver hasta tres años después. La opción para no pasar por ese momento triste en el aeropuerto era no acompañarle, pero prefería estar con él para despedirle como se merecía. Lo que siempre me admiró es que él se iba con una sonrisa, sabiendo que a donde se dirigía estaba su vida, su misión y su vocación. Por eso yo… le dejaba marchar.
Al leer el Evangelio de este domingo, no he podido evitar recordar aquellas despedidas de mi tío en el aeropuerto, porque creo que en el fondo se asemejan mucho a lo que vivieron los discípulos y Jesús en la Ascensión.
Los discípulos quedan también tristes porque se marcha el Maestro, el Amigo, el Mesías, el Confidente, el Ídolo de todos ellos… Pero Jesús se marcha feliz y contento sabiendo que su misión en la tierra ha terminado y que ahora debe estar junto al Padre acompañando al mundo “desde otro lugar”.
Cuando yo despedía a mi tío, al poco tiempo comenzaba a sonreír y pensar que mi tío era feliz allá donde iba. Cuando los discípulos despidieron a Jesús que ascendía al cielo, descubrieron que Jesús iba feliz también junto al Padre… y le dejaron marchar.

6 de mayo de 2013

4 de mayo de 2013

Hemos trabajado el Espíritu Santo y nosotros



En el relato que hemos escuchado hoy de los Hechos de los Apóstoles, ante el conflicto que tienen los primeros cristianos ante las obligaciones y normas judías que deben cumplir los gentiles, terminan diciendo los Apóstoles: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros”. ¡Qué frase tan sencilla y con tanto contenido!
La afirmación que hacen los responsables de las primeras comunidades encierra una teología fundamental y básica que no siempre sabemos poner en práctica.
Me explico: cuando tenemos que tomar decisiones importantes en la vida, solemos reaccionar de dos formas:
Unos piensan en solucionar las cosas con sus solas fuerzas, se creen todo-poderosos, autosuficientes y se olvidan de Dios. Luego cuando las cosas no salen como ellos esperaban o querían es cuando se acuerdan de Dios y le echan las culpas de todo.
Y otros, sin embargo, confían todo en Dios. Cuando tienen problemas o cuestiones que resolver miran al cielo esperando que Dios actúe. Por ejemplo cuando uno tiene exámenes o tiene que realizar un proyecto complicado en su trabajo encendemos una vela o le rezamos insistentemente a algún santo que nos ayude. Pero nos olvidamos de estudiar o de realizar bien el proyecto. Evidentemente que Dios no nos resuelve las cosas, si nosotros no movemos un dedo.
Lo ideal es unir ambas posturas: confiar en que Dios nos va a ayudar y saber que nosotros debemos esforzarnos para conseguir los objetivos que se nos plantean en la vida. Así estaremos actuando igual que lo que decían aquellos primeros discípulos: “hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros” o mejor dicho “hemos trabajado el Espíritu Santo y nosotros”.