2 de enero de 2013

Los pastores

     
     Hola, Mangantes, somos los pastores de Belén, aquellos que escucharon la Noticia del Nacimiento del Hijo de Dios y que rápidamente fuimos al portal a ver a aquel niño especial.
     Pocas veces nos separamos de nuestras ovejas, pero aquella ocasión fue diferente. El pueblo de Israel estaba esperando un Mesías, un Salvador, y los ángeles nos revelaron a nosotros el nacimiento de ese Mesías. ¿Era para dejar las ovejas o no?
     Allí nos presentamos en el pesebre: un poco sucios, con las ropas de trabajar, oliendo a campo, a oveja y a queso. Pero nos daba igual. Sabíamos que a maría y a José no les importaba demasiado, al fin y al cabo ellos vivían también en una aldea y conocían esos olores.
     Después de saludar a los padres, nos fijamos en el Niño, y hay que reconocer que tenía algo especial. Daba la sensación que entendía todo lo que le decías, sonreía todo el tiempo y nos cogía con su manita nuestros dedos.
     Nuestra reacción natural fue la de ponernos a cantar y a bailar, porque era tanta la alegría que sentíamos dentro que necesitábamos expresarla. Uno cogió una piedras que había por allí y comenzó a marcar el ritmo, otro se arrancó con las palmas, otro silbaba, el otro tomó unos palos del pesebre y los golpeaba... y todos a coro entonábamos villancicos y cantos propios de Navidad. Bueno, debemos reconocer que nosotros fuimos quienes inventamos los villancicos.
     La fiesta duró hasta muy tarde, se hacía de noche y nos despedimos de José, María y el Niño. Por el camino de vuelta a casa seguíamos cantando y bailando al compás de la música. La gente que se cruzaba con nosotros nos miraba extrañada, se pensaban que habíamos bebido mucho vino, pero no era eso lo que nos pasaba. Era el Hijo de Dios que nos había tocado el corazón y nos hacía estar así de alegres. A todos los que nos encontrábamos les contábamos lo que habíamos visto en aquel pesebre de Belén. Algunos se lo creían y otros no; pero nos daba igual, nadie podía robarnos nuestra ilusión al haber conocido a Jesús.
     Después de unos cuantos años, supimos que aquel niño (que ya no era tan niño) andaba predicando a la gente y que les contaba parábolas y les ponía comparaciones. Algunas de ellas hacían referencia a nuestro oficio de pastores: El buen Pastor, la oveja perdida... El caso es que esas mismas historias nosotros se las contamos a María y a José en Belén. ¿Será que ellos luego se lo contaron a su hijo? ¿Será que Él que era muy despierto las escuchó ya tan chiquitico? ¡Qué más da! Lo importante es que dejamos una huella en el mismo Hijo de Dios... ¡qué privilegio!

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