7 de septiembre de 2012

Nadie sordo, nadie mudo


 
     En el evangelio de este domingo hay una persona que queda curada de sordera y recupera el habla. El encuentro con Jesús produce esa reacción. Él mete sus dedos en el oído, y pone saliva en su lengua para transformar la vida de aquel hombre que hasta entonces no podía escuchar y apenas podía hablar.
      Pero más allá de la sordera y la dificultad para hablar que tenía aquella persona, Jesús también cura la sordera y el mutismo de aquellos que estaban a su alrededor.
      Jesús dice: “Effetá” (ábrete) y abre el oído y la boca de aquel hombre y de todos los que le siguen. Desde ese momento ninguno puede quedarse callado ante lo que ha visto y oído. Todos reaccionan y hablan maravillas de Jesús.
      Por eso, nosotros, hermanos y hermanas, debemos tener los oídos atentos para escuchar la Palabra de Dios y la lengua preparada para hablar de Él.
      Si somos auténticos cristianos, no podemos quedarnos ni mudos ni sordos.
Cuando uno siente que no oye bien o se queda afónico, en seguida acude al médico para buscar una solución. También, si sientes que la Palabra de Dios no entra por tus oídos o no consigues hablar de Él, busca ayuda en otros hermanos que te ayuden a curar tu sordera y tu mudez.

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